Alba se despierta temprano, como
cuando era chica en sus pagos de Villaguay, Entre Ríos, para ayudar en el campo o para ordeñar alguna
vaca, su infancia fue difícil, muchos hermanos y una casa humilde que le forjó
el carácter. Allí aprendió a cocinar, a tener siempre una sonrisa para regalar
y a soñar que una vida mejor era posible.
De muy pequeña se vino a Buenos Aires
empujada por las malas condiciones que había en ese momento en su casa, con muy
pocos estudios, los que se podían. Aquí hizo de todo, limpió en casas de
personas de buen pasar, cuidó gente hasta que ingresó a trabajar en una fábrica
de cigarrillos, conoció a Alberto, su gran amor, tuvo 2 hijos, Sandra y Daniel,
trabajó a mas no poder para comprarse su propia casa, lo logró.
La vida de Alba continúo con
esfuerzo y sacrificio, nadie le regaló nada. Su hija se casó y vinieron los primeros
nietos que cuidar, siempre dispuesta, siempre corriendo de un lado a otro con
tal de ayudar, cuando estos nietos crecieron llegaron los otros y la enfermedad
de su esposo que hacía más difíciles los días de Alba.
Esta mujer saca fuerzas de donde no
las hay para estar en Palermo, La Paternal y Floresta ayudando a quien lo
necesita. Todos la saludan en el barrio, todos la
conocen, le hacen regalos como si fuera de la familia.
Alba recibe religiosamente todos los días los llamados de sus hijos, se baña y sale en
busca de su actividad semanal, el cuidado de sus nietos menores. Lunes y
miércoles ella realiza esta rutina, se baja del colectivo, saca de sus bolsas
algo para darle de comer a Martín el mendigo
que está en la puerta de la iglesia de Santa Fé y Uriarte, compra pan para que
tengan los chicos y se dispone a cocinar algo rico para que tengan para comer
cuando vienen del colegio. Con la comida casi lista sale para el colegio
temprano al mediodía, charla con sus nuevas amigas de la puerta de la escuela,
recibe a sus nietos con un beso y un abrazo gigante y se van los 3 despacito.
Alba los mira disfrutar de la
comida y sin poder creer como esos pequeños hombrecitos ayer eran bebes a los
que ella les cambiaba los pañales, arrancan de nuevo para el colegio. Se
despiden con un abrazo y beso más grande aún que el anterior, le piden que se
cuide y se va despacito como llegó.
Alba sube al colectivo con sus achaques y su
bastón, ellas está feliz, siente que su vida tiene sentido todavía, lleva
bolsas y papeles y 2 besos de sus nietos menores que son el motor que la
mantiene en pie. Tranquila como buena entrerriana llega a su casa y se dispone
a descansar luego de una jornada “laboral”, Luego vendrá yoga y alguna charla
con las amigas, ya está anocheciendo, otro día más que concluye en la vida de
Alba de Villaguay, provincia de Entre Ríos.
Bello canto a la vida
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